jueves, 10 de marzo de 2011

Abrió sus alas de par en par. Hoy se sentía más vivo que nunca. Batiéndolas con toda la fuerza que le cabía en el alma, subía, subía, subía. Y luego se lanzaba abajo, en picado, rompiendo nubes y cortando brisas.


Le había despertado el sol besando su cara paliducha, pecosa. El calor revolvía su cuerpo bajo la colcha, y se despertó sudoroso cuando los rayos alcanzaron sus ojos. Se levantó, algo sofocado, y abrió la ventana de par en par. Las briznilla entró presurosa, como si hubiera estado esperando desde hacía rato.
Salió a la calle y le entró de golpe el olor a primavera. Se le dibujó en la cara una sonrisa tan grande que hasta la gente se la devolvía al cruzarse con él. El cielo azul, las nubes esponjosas, el sol y su calor de caramelo. Al pasar por el río vio las aguas teñidas de reflejos. Sólo de pensar que tenía que pasar toda la tarde encerrado en clase se le encogían las alas en la espalda. Pero aún quedaban unas horas hasta eso, y una fuerza innata le estalló en el pecho y una dulce vocecita le propuso salir a jugar a las nubes. Estaba sorprendido de sí mismo.

Andaba sin rumbo fijo. Había salido a la calle sólo por el hecho mismo de salir, y ni siquiera sabía a dónde quería ir. Su mirada se dirigió sola hacia un lado, a un parque. Y allí, sentada en medio de la hierba, se fijó en una chica rubia que dormía al sol. Y sus piernas lo fueron dirigiendo. Ese día se sentía más animalillo que nunca, tan apresado ante sus instintos. Al irse acercando, ella se fijó, levantó la cabeza y lo miró a los ojos, aún a pesar de tener el sol de frente. Y una suerte de corriente eléctrica recorrió su cuerpo de pajarillo. Se quedó mirando desde el suelo, esperando quizás a que el hablara y le contara por qué estaba ahí, a su lado, de pie, mirándola.
-¿Y bien? -dijo, después de un rato. Ton enrojeció, pero ese día era más pájaro que niño.
-¡Hola!
-Hola -le dedicó una media sonrisa.
-Hace un día precioso, ¿no crees?
-Sí, desde luego. ¡Dan ganas de echarse a volar! -un brillo cruzó sus ojos al añadir ese comentario.
-¡Ya lo creo! -seguía estando invadido por una alegría animal. Su corazón se encogió al reconocerse de esa manera tan evidente. La chica se volvió a tumbar en la hierba, y estiró los brazos y las piernas.
-Huele tanto a primavera... -añadió en bajo.
-Ya...
Volvió a abrir los ojos, lo miró un momento, y de nuevo los cerró para disfrutar del sol. Y él se sintió por primera vez un poco tonto, allí, como un pasmarote.
-Tú... tú...
Ella volvió a sacar aquella media sonrisa.
-¿Te he visto antes? -consiguió decir.
-Sí, claro.
-¿Ah, sí? -recordó aquel juego entre nubes y vientos.
-Sí, claro -repitió. De un salto se levantó -. Bueno, chico, ya nos volveremos a ver. ¡Tengo clase! -se disculpó, señalando el edificio de piedra que se erguía frente a ellos. Y se fue, andando a saltitos, perdiéndose en aquel oscuro pasillo.

Una bandada de estorninos dibujó una figura en el cielo, mientras el reloj de la catedral daba las 12 a sus espaldas.

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