domingo, 12 de mayo de 2013

El león que hebraba rayos de sol

Érase una vez un león que un día fue cachorro. Y luego creció, creció un poco más y de pronto tenía una melena. Era hermoso, como todos los leones. Era valiente, como todos los animales salvajes que han visto los ojos a la muerte. Era fuerte, como todas las criaturas que deben luchar por su vida y sobreviven para contarlo. Sabía más del mundo que tú, que yo y que nadie. Pero nada de esto lo hace especial, pues la mayoría de leones son así.
 

Había algo que hacía de este león un león diferente, quizás único en su especie. Pues es que érase una vez un león que un día fue cachorro, pero nunca tuvo madre. Su origen era para él un misterio, y durante años el enigma de su existencia enredó su conciencia de león hermoso, valiente y fuerte. A distancia de otros cachorros, a diferencia de otros leones, se planteó su origen y su razón para vivir. Cazaba para mantener su cuerpo en pie, pero esto no era suficiente.
 

Por eso un día abandonó a la manada con la que aprendió a ser león y se aventuró en la soledad del mundo, un mundo lleno de maravillas, de terrores y otras sorpresas. Ahí en el mundo conoció seres de toda especie. Habló con pájaros recogedores de migas, con gusanos exploradores de intestinos. Trató con ratas comerciantes de bienes. Exploró los tejados de las ciudades con gatos callejeros y las verdades y mentiras de la sierra con los linces más escurridizos. Persiguió ciervos. Observó saltamontes. Profundizó entre los tesoros del hombre en vertederos junto a perros malolientes.

El león viajó por algunos lugares del mundo, y conoció la pobreza de las ciudades y la riqueza de los campos. Ciertas mañanas reflexionaba al sol, pero por más que pensaba, no comprendía que podía aportar él al mundo. A veces, la pequeñez de su existencia le absorbía los sentidos. Otras veces trataba de olvidarse por dentro, resignarse a la ignorancia y concentrarse en respirar. Respirar es todo un arte, a veces. Otras, una maestría.


Entonces, en las circunstancias más bizarras, quizás algo así como una noche de solsticio en la playa mirando a la luna menguante, una hiena se acercó al león. Era una hiena manchada, de orejas de murciélago, patas delgadas y espaldas de nadador. Sus ojos contenían los secretos del universo. Sin necesidad de palabras se sentó junto a él y compartieron el rumor de las olas. Sin necesidad de explicaciones, la hiena preguntó.
-¿Qué respuestas has hallado, hermanito?
-Cuánto más conozco, menos entiendo. Cuánto más descubro, más quiero comprender, y menos me explico.
-¡Pues ya sabes mucho, entonces! Tal vez hayas encontrado tu clave y puede que no necesites más.
El león permaneció en silencio, pensando en las palabras de la hiena. El animal rio a carcajadas.
-Hermanito, ¡no me has hablado de tu familia!
Y explotó de nuevo en carcajadas.
-¿Qué sabes tú de mi familia? -el león tensó sus músculos.
-¡Más que tú, hermanito! -y rio de nuevo, con la lengua colgando, con los ojos enrojecidos- Dicen que hace tiempo la luna allá arriba quiso amar al sol, y al acercarse demasiado a él su calor brutal levantó sarpullidos en la piel perfecta de la luna; dicen que secó el agua de sus lagos; dicen que desde entonces la luna juega desde lejos con el agua que nunca ha podido recuperar, y que sueña con crear olas tan enormes que lleguen allá arriba, y sacien su sed de satélite colosal.
El león calló, entendiendo la historia de la hiena. O desentendiéndola. O cualquier cosa en el medio.
-¿Sabes lo que sé? Que tú tampoco me has hablado de tu familia.
-Shhh. No interrumpas al mar, está diciendo algo...
Las olas rompían el silenciode la noche.
-Hermanito, yo no sé más que tú. Solo sé que yo tampoco tengo madre, que mi madre es esta energía que fluye sobre la tierra. Solo sé que mis respuestas no valen tanto como mis preguntas imposibles, y que el cencerro que suena sobre mi corazón cuida de la locura de mi conciencia.

»¿Cuál es tu virtud?
-Yo soy un león hermoso, valiente y fuerte.
-Y además condenado a la vida eterna. Hijo de Iarnal, vivirás hasta que la hermosura de las criaturas valientes prevalezca sobre su miedo al último latido -se rio, retozando sobre su lomo.
-¿Del último latido del último animal?
-Y no antes, sino entonces -soltó entre risas, patas arriba, con el hocico lleno de arena.
-¿Y cómo no caer en la locura?
-¿Y cómo no creer en la locura? -la hiena se perdió entre sus carcajadas febriles- ¡Déjame! ¡Déjame! ¡Déjame, gato chiflado!
Y la hiena se fue, sin parar de reír. Se detenía cada pocos pasos, desternillándose sobre la arena.

Dicen que hubo una vez y nunca dejó de haber un león fuerte, valiente y hermoso quebuscaba entre sus cualidades el motivo de su existencia. Dicen que por eso hebraba rayos de sol, para hilar la fuerza de su corazón y la pasión incontrolable de tu corazón, del mío y del de nadie. Dicen que protege tu coraje, el mío, el de todos. Dicen que nadie como él sabe hacer de los sueños, realidades.

martes, 21 de agosto de 2012

El mochuelo nocturno

La hiena manchada siempre camina junto al mochuelo nocturno. El mochuelo nocturno es un pajarillo frágil que persigue el sonido de la risa de la hiena. No es consciente de su fragilidad, y vuela al descubierto. Toda hiena se hace amiga de un mochuelo nocturno, y dicen que a veces crean una amistad tan hermosa que puede durar años. Muchas veces, la hiena debe velar por la seguridad del frágil mochuelo, siempre inconsciente y temerario. Él, a cambio, cuida el sueño temprano de la hiena manchada, perfuma sus primaveras de cantos y persigue a las avispas de sus pesadillas.
El mochuelo nocturno vuela ajeno a mariposas y otros galanes, pero teme de corazón a las mantis religiosas y a las libélulas. Lo único que calma su miedo es el ronroneo de una hiena manchada. La ternura conmueve al mochuelo rosado y aclara las plumas de su linda y frágil cabecita. Por eso cuando ves un mochuelo nocturno rubio puedes apostar a que tiene a una amiga hiena que vela por él y lo protege ante halcones e insectos con malas intenciones. Ya puedes apostar que sí.

Lo malo de estos animalitos hermosos es que no superan el despecho. La naturaleza los hace hermosos y ufanos, y son famosos en los cielos por su orgullo y sus canciones altaneras.
Por eso, cuando vi a aquel mochuelo tímido y tembloroso me enternecí entre sorpresa y sonrisa. Era rubio, como el que más, y su mirada era franca, con olor a margaritas. Su pico tenía una cierta curva redondeada que desde el primer momento me hizo cosquillas en la nuca Su suavidad suavizaba mi ajetreo interior.

Rezumaba amor por las plumas, pero no me atreví a preguntar a qué hiena pertenecía su corazón. En su lugar, le pregunté por el tiempo. Me contestó educadamente, pero luego sobrevino el silencio. Y aunque ambos teníamos cosas que decir, nadie dijo nada. El silencio tomó el lugar y nosotros le cubrimos la retaguardia.

Por eso no compartíamos palabras. Solo sonrisas y miradas. Y a mí se me aclaraban las plumas si ella me sonreía a los ojos.

A veces, pensaba en su nariz antes de echarme a dormir.