martes, 17 de mayo de 2011

Era la primera vez que salía sin ella de fiesta.

Pero qué le iba a hacer, si la había abandonado. Su chica negra de ojos blancos...
Después de tantas noches compartidas, de tanto amor, de tantas palabras hermosas… y claro, después de tanto sexo, habían llegado a conocerse tan bien que acabaron aburriéndose. Masturbarse se hace rutina, y hacerle el amor a quien mejor conoces puede confundir al cabo del tiempo. Por eso se había concedido un alto al fuego. Para vivir un poco más. Ambas querían probar el aliento de las noches, jugar con fuego y caminar sobre inseguro.

Así que allá fue. Después de varios meses de reclusión emocional, decidió abrir otra vez sus pasiones al mundo. No fue premeditado, llevaba todo el día olisqueando, y sin quererlo se le metió la primavera en la nariz, y fue tan grande la oleada de hormonas que respiró, que le entraron en el cuerpo unas ganas de esas que no recordaba apenas.
Unas ganas inmensas de ser la más zorra.

Salió sola de casa, porque no quería tener que seguir el ritmo de nadie. No quería pararse a esperar en cada esquina, ni correr detrás de borrachos con las ideas revueltas. Y tampoco quería que nadie tuviera que esperar ni correr por ella. Por eso salió sola. Con las ganas de comerse el mundo acariciándole la tripa.

Entró en un bar, se pidió una, y ahí empezó todo. Las hormonas se mezclaron con el alcohol, y simplemente se dejó llevar. Llevaba todo el día alterada, y no paraba de ver chicas preciosas por todas partes. Así que cada vez que veía una, se acercaba y sacaba motivos de su copa para entablar conversación. Y si notaba una chispa, se quedaba. Al final, se daba la vuelta y se iba. O eso hacían ellas.

Fue cambiando de bar, cambiando de grupo. De chica en chica y tiro porque me toca. No tenía ni idea de qué hablaban, pero la verdad es que las miradas dicen mucho más que las palabras, y más de noche. Al final sus ojos hacían todo por ella. Quizás ellas no supieran las intenciones de aquellas miradas… hasta que alguna de esas chispas saltaba y prendía. Entonces se quedaba un rato más largo. Se iban a un baño, y se dejaban llevar un poco más por las hormonas y el alcohol. Luego quizás palabras, pero ninguna promesa. Eso estaba prohibido.

Y al final de la noche, volvió sola a casa. Al despertar al día siguiente ni recordaba haber vuelto. Allí seguía, volando de flor en flor, disfrutando de un dolor de cabeza de campeonato y del sabor ajeno aún en su boca.

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