domingo, 6 de marzo de 2011

La luna iluminaba el salón a través del ventanal.

La luna iluminaba el salón a través del ventanal. Luna llena de marzo. Era una noche cualquiera, en un barrio del centro, en una casa más vieja que las que se alzaban alrededor. El matrimonio roto del tercero había acabado su pelea nocturna, y la puerta del portal chirrió al abrirse.

Clara entró en su piso. Tenía el estómago vacío y el corazón hambriento. Por eso se hizo la cena más deliciosa del mes, aquella que dedicaba a las noches de amor insaciado. Siempre llenaba de verduras uno de los cajones del congelador, y cuando sentía despertar esa tristeza sacaba el brécol y preparaba esa salsa que su primer novio le había enseñado a hacer. Y de postre, tarta de queso. Nunca tomaba el postre esa noche, sino que lo dejaba para el día siguiente. Se recreaba en los escaparates de las pastelerías, y mismamente en su frutería. Disfrutaba más viendo la comida que comiéndosela.

Se ponía lencería de la que guardaba en la caja debajo de la cama. Esa que compraba en sus arrebatos consumistas, cuando necesitaba comprar algo simplemente porque sí. Y solo la sacaba para esas noches de luna llena, velas en el salón y brécol con salsa.

A veces hasta se sentía con ánimos de emborracharse. Ella, que jamás bebía ni fumaba, adoraba pasar una noche junto a una botella de licor café, y quedarse hasta la madrugada viendo la ciudad a través de la ventana.

A veces, hasta se hacía el amor en silencio, con tiento y cuidado para no despertar a las estrellas.

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