jueves, 1 de marzo de 2012

La merluza valiente

Había una vez... una merlucilla valiente, vagabunda, transeúnte, un poco parias en el largo y vasto océano. Coleteaba de arrecife en arrecife, persiguiendo arenques y camarones. Era una merluza fresca, ¡la más golfa de su banco de merluzas! Nunca madrugaba demasiado, y cuando el sol se estaba poniendo, enamoraba merlucillos con sus historias de la superficie. Vacilaba truchas de río, retándolas a saltar lo más alto posible, hasta que una gaviota las asustaba, que huían corriendo a las rocas dulces de vertiente.
La merluza valiente soñaba cada noche con viajar al frío mar del Norte. En sus sueños, veía nadar a los peripuestos bacalaos, y escuchaba durante horas los chistes de aquellos salmones sinvergüenzas. Y al amanecer, asomaba sus escamas al aire, para sentir el fresco y los últimos besos de la luna al sol.
La merluza valiente un día se aventuró en el mayor viaje que una merluza soñara llevar a cabo. Nadó siguiendo el camino caminito de la Estrella Polar, siempre al Norte. Notó en su viaje que las noches menguaban, y que el sol calentaba más la superficie. Pero poco a poco, las noches crecían, y vio que los pájaros volaban a contracorriente, y por eso consideró los vuelos contrarios una buena señal.

Llegó un momento en que la noche había crecido tanto que el sol olvidó salir. Quizás había olvidado a su fiel luna, y había conocido a algún asteroide con sueños de plata que le enredara en ellos. La merluza se entristeció aquella temporada, pero siguió el camino caminito al Norte de la Estrella Polar.

Al fin, un día, el Sol volvió. Fue entonces cuando la merluza contempló el primer eclipse de todos los tiempos. El Sol besó a la luna de aquel modo tan hermoso como sólo el Sol puede besar. La merluza brincó, y se llenó de amor por dentro. En aquel largo días de eclipse alcanzó la helada tierra polar. Totalmente satisfecha de sí misma, la merluza contempló a su alrededor, al fin a gusto en las no tan frías aguas del Norte.

Y fue en una de aquellas noches de vigilia cuando, a la luz de la aurora boreal, vio un deslumbrante destello lejano. La luna brillaba más fuerte que nunca. La merluza brillaba más fuerte que nunca. La merluza observaba extasiada. Y de pronto, notó una mirada atenta desde aquella lejana luna, y en su cabeza resonó una hermosa carcajada, la primera carcajada de Sédillah, el pequeño selenita, la única criatura que nació riendo.

13.febrero.2012

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