viernes, 3 de diciembre de 2010

Mojaba sus borracheras

Mojaba sus borracheras en el amor lacónico de la medianoche, y besaba a destiempo con pasión a las bestias de ciudad. Pero a esos los conocía bien, que a la media hora de empezar a sobarse los abandonaba con una caricia agria en la cara y una despedida en la mirada que resonaba al alba. La mayoría ni se acordaban. La otra parte soñaban con sus dedos de perra indomable hasta que otra arpía de aquellas arañase su corazón. Firmaba cicatrices.

Llegaba a casa, se desnudaba en el pasillo y entraba en la cocina con las bragas por los tobillos y el sujetador cojo de un brazo. Acababa de quitársela y de una patada certera (lo único diestro en esas noches de tropiezos) la lanzaba hacia la puerta de la lavadora. Ponía la sartén al fuego, y se hacía un huevo frito mientras encendía un cigarro. Se servía una copa de vino (de cartón, que le recuerda a la resaca y le baja el mareo). Después de comer, una vez acabado el cigarro, se hace el amor. Poco a poco, y de verdad, como no se lo supo hacer el pobre diablo que cayó en la noche.

Tras el último suspiro, se detiene a respirar amplio. Después, se va a dormir, oyendo a la luna susurrar las mismas canciones que Xurxo canturreaba después de follar. Ingrid odiaba oír su voz antes de dormir.

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