lunes, 6 de diciembre de 2010

El cristal devolvió la mirada al gitanillo

El cristal devolvió la mirada al gitanillo, que miraba las ciruelas con avidez. Yo miraba al chico, que como cada mañana, a las 9 menos diez, dedicaba unos minutos a mirar la fruta de la tienda de mi tía. El viento mañanero revolvía su pelo negro azabache. Con pesar, siguió andando, frotándose la nariz con la manga del jersey.

A la vuelta de la escuela, al mediodía, se decidió por fin a entrar. La campanilla de la puerta le hizo dar un respingo, como si estuviera haciendo alguna fechoría. Con una alegría deliciosa, se recreó escogiendo ciruelas. Decidido, trajo al mostrador una bolsa con seis. Sonriendo, me pidió que le cobrara. Mientras pesaba la fruta, me miraba con sonrisa de oso, de esas grandes que recuerdan al calor de cama. Su naricilla goteaba, y el chico sorbía a cada momento. Sus ojos negros devolvían las preguntas que mi curiosidad hacía sobre él. 
-La grandota para papá, la rosadita para mamá, las otras para mis hermanos y para mí -explicó con orgullo, sacando unas monedas del bolsillo.
-¡Sí que sois una familia grande!
-Mi abuela no tiene dientes, pero toma zumos. Los zumos le gustan mucho.
-¿Zumo de ciruela?
-Sí, o mermelada. ¡Mi abuela hace unas mermeladas que se te caería la baba! -aseguró.
-Estoy segura de ello.
-¡Hasta luego! -el gitanillo cogió las ciruelas y salió corriendo, dejando la estela de su enorme sonrisa.
Desde entonces, cada mañana me sonríe al pasar a clase. Tengo que confesar que sus sonrisas le dan color a mis mañanas.

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