miércoles, 4 de enero de 2012

Érase una vez una violinista que tiraba yunques por la ventana

No conozco su nombre, de donde viene, qué le gusta hacer los domingos o a qué le huelen los pies. No sé si se despierta con una sonrisa en primavera, ni si sabe dar abrazos reconfortantes.
Sólo sé que la vi por primera vez en una boda, y que en cuanto la escuché tocar el violín no pude prestar atención a la novia, ni al novio, ni a nada más. Me hechizaron aquellas melodías de iglesia, y de pronto, viéndome en aquella boda convencional a la que había ido por compromiso, me di las gracias a mí misma por haberlo decidido en último instante.
No tengo ni idea de qué llevaba yo puesto. Pero sé que ella iba preciosa. Qué increíble. Llevaba un vestido negro, del mismo color que su pelo. Qué cara tan fantástica. Quizás alguna vez hubiera visto chicas más guapas, pero ella era desde luego la más atractiva. Ella tenía algo en la manera de mirar, de tocar. Cuando creía que nadie miraba, entre tema y tema, la veía reír.
Entonces me sentía un poquito celosa de no saber el motivo de su risa. Yo, que no pintaba nada en esa risa, me sentía atada y vinculada a una carcajada contenida totalmente ajena a mí.
¡Madre, tengo que contenerme!

Acabó la ceremonia, y me entró un pánico rarísimo. Un pánico totalmente fuera de lugar. No sabía qué hacer. Tuve el loco impulso de salir corriendo, cogerla de la mano, y llevarla conmigo. Llegar corriendo al primer coche dispuesto a arrancar al instante, y conducir hasta un aeropuerto, y volar lejos, lejos, lejos de todo. Con ella.
¿En qué estoy pensando?

Pero no hice nada, por cobardica. En toda la noche no logré apartarla de mi mente. Qué sonrisa, por el amor de Dios. Cuando me acerqué a darles la enhorabuena a los novios, sutilmente le pregunté a la novia cómo contactar con los músicos, para otra boda de una amiga, que seguro que estaría interesada en ellos.
Coser y cantar.

No sé ni cómo, al llamar me enteré de dónde y cuándo sería su siguiente boda. No sé ni cómo, ni con qué cara, ni con qué valentía, me presenté en una boda de una pareja a la que no conocía. Sólo por verla tocar.
¿Cómo puede alguien remover así un corazón por dentro?

Llevo años persiguiéndola. De un modo u otro siempre consigo saber dónde trabaja. Siempre me cuelo en bodas de desconocidos, sólo por verla sonreír. Quizás algún día ella aprenda a ver en mí un resquicio de la ladrona de sonrisas que llevo dentro, y quizás algún día quiera venir a buscar todos esos trozos de alegría que le he ido robando poco a poco.

Quizás entonces acierte a palpitar a tiempo para desbaratar sus defensas de violinista ladrona de pensamientos y otros calores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario