viernes, 20 de julio de 2012

-¿Me dejas quedarme contigo?

Será solo durante una noche. No molestaré.
Él no dijo nada, solo se hizo a un lado, dejando un resquicio de la puerta abierto. Ella entró furtivamente. Y sus ojos oscuros escrutaron la noche mientras cerraba rápidamente. Se dirigió hacia el salón. Sus pasos silenciosos no sorprendieron a su anfitrión, que la seguía con la vista. Ella se sentó en el sillón, en una esquina de la habitación. Subió los pies descalzos a la tapicería y se abrazó las piernas con sus brazos de pájaro hambriento. Él la ignoró por completo, y pasaron una eternidad en silencio, él mirando al fuego y ella mirándolo a él.
-Estaba a punto de salir a buscar un trozo caliente de mundo.
Él la miró. Cerró los ojos unos instantes, inspiró profundamente, y se irguió sobre su butaca.
-No te conozco. No sé quién eres. Llevas una semana siguiéndome de un lado a otro, sin contestar a mis preguntas. Ni siquiera comprendo qué buscas.
-Es que no haces las preguntas correctas -se encogió de hombros-. Las cosas que tú quieres saber yo tampoco las sé.
-¿Por qué yo?
-¿No ves? ¿No te das cuenta de que no lo sé? Es que, ¿cómo lo puedo saber? Ya te he hablado de Sédillah. Yo solo escucho su voz, él me guía.
-¿Sédillah? ¿Ese ser que dices que vive en la luna?
-Sí -ella movió imperceptiblemente la mano izquierda.
-Mira,  sé que tú estás convencida de que es él quien te dice a donde ir, pero ese ser no existe. Nadie vive en la luna.
-¿Y eso tú cómo lo sabes?
Hizo un aspaviento irritado.
-¿Quién te ha dicho a ti que es cierto?
-Él, ya te lo he dicho.
-No me voy a esforzar. Tienes una noche. Después te irás.
-No te preocupes, no estaré aquí mucho tiempo.
-Una noche.
Respiró de nuevo.
-Te preparé algo para que comas.
-No es necesario, gracias.
Él la miró, alzando las cejas.
-¿Cuánto tiempo llevas sin comer?
-Ayer comí.
-¿Ah, sí?
Ella se revolvió inquieta.
-Muchas gracias -repitió-. Te lo agradezco.

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