jueves, 16 de diciembre de 2010

En el país de los charcos todos tenemos humedades en el corazón.

En el país de los charcos todos tenemos humedades en el corazón. Eso es incómodo cuando vamos fuera, porque luego el frío se nos mete por dentro y nos reseca. Y luego es cuando salen calenturas en los labios, cuando los dedos cogen un tono azul y los ojos lagrimean al volver de noche.

En el país de los charcos, las calles relucen en invierno. As rúas encharoladas polas bágoas de amor dunhas nubes que aman o seu pequeno país de charcos. Salen las ninfas encapuchadas. Los duendes escondidos en abrigos de sonrisas. Los perros corren huyendo de las salpicaduras, siempre innecesarias. Y así nos va, a nosotros, que volamos por otros aires. Echando la mano al recuerdo para no sentir que las humedades se están pudriendo. Porque, ¡claro que sí!, nos gusta sentirlas siempre frescas. Si las dejamos solas, cogen mal olor, y a lo mejor se enfada el corazón y luego no nos habla.

Por eso los días de lluvia miramos al cielo. Por eso nos reímos al ver a esos pobres, que abren el paraguas con orvallo. Y por eso cuando enfría nos tapamos tanto: porque eso nunca importa cuando vives en el país de los charcos. Allí, el frío es juguetón y escurridizo. Y hay una historia un poco turbia entre él y los huesos. Quizás algún día os la cuente. Quizás…

Cuando vuelva al país de los charcos, oiga el pulso del goteo, y la luna me haga cosquillas al amanecer.

1 comentario:

  1. cuando vayas al país de los charcos, porfis llevame!

    Ana Despeinada

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