lunes, 8 de noviembre de 2010

Tictac.

"Tictactictactictac"
Un sonido que trastorna. Un vaivén entre melocotoneros. La brisa de verano huía, y la joven ardilla corría tras ella. El rastro de lágrimas sobre su peluda carita oscurecía sendas rayas.
Un acordeonista calvo que me lleva a las nubes, y un violinista que duerme perros sobre las piedras secas. Un espejismo, la luna que viene y me susurra despropósitos.
Cadencias perfectas del amor que pudo haber sido y nunca fue. Palabras inconexas que se suceden, y frases que con destreza corren una tras otra, tropezando sus significados.
Un aullido de un lobo rasga la noche. El llanto de un perro besa su rastro. El ululato de una lechuza acaricia mis oídos mientras me despierto en la noche húmeda y fresca. Las estrellas ruedan con una vieja cámara una película muda, y la luna sigue besando mis tímpanos.

Su mano tan cerca, tan cerca, tan cerca. Su pelo cae sobre mi hombro. Y la veo inalcanzable. Se me llena el estómago de desazón. Creer que puedes, pero no quieres.

El cachorrito salió corriendo de su agujero y chocó contra un árbol en su precipitación. Aunque no tenía apenas fuerza, una bellota floja le cayó sobre la cabeza. La ardilla, que lloraba soñando con el sol mañanero, lo miró. Aún resbalaba la última lágrima por la punta de su hocico, cuando rió al ver al cachorrillo sentado sobre sus patas traseras, con una bellota en la cabeza. Curiosa, bajó al suelo. Acercaron sus hocicos, y, curiosos, se olfatearon. La ardilla alargó sus manitas a la trufa mojada del lobo, y éste dio un respingo. Ella se asustó, y corrió a esconderse tras el árbol. Y al lobo le hizo gracia. La buscó, moviendo la cola.
No sabían cómo, de pronto se perseguían el uno al otro. Corrieron a través del suelo pintado en hojas secas. No había nadie más en el bosque, para ellos. Eran una carrera: perseguir, ser perseguido.
Los árboles sonreían observando el juego. Un erizo pecoso bostezaba sentado junto a una piedra.

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