sábado, 1 de enero de 2011

El primer día que cogió un acordeón tenía siete años

El primer día que cogió un acordeón tenía siete años. Aunque él era pequeñito, y el instrumento era grandote, se sentía más seguro bajo el peso de aquel gigante rojo. Cuando lo abrió, y se vio envuelto por el sonido, se sorprendió tanto que soltó las manos. Por suerte, estaban los dos abrazados, y no pasó nada. La segunda vez que lo abrió ya sabía que iba a sonar, y poco a poco se empezó a adaptar a esa voz.

Once años después, aquel gigante rojo seguía siendo su mejor amigo. Conocía su cuerpo como el amante que ha acariciado año tras año las mismas marcas, las mismas cicatrices. Nunca había abierto su corazón a nadie más que a él. Sólo él había visto su piel morena húmeda en lágrimas. Sólo él se quedaba a escuchar su lamento a la medianoche, cuando subía al ático y tocaba para los escuálidos gatos de los tejados.

Déjate llevar. Ven a mi mundo de seda y nieve. Suelta los hilos de tu conciencia. Vuela. ¡Vuela! Que nada ni nadie nos pare nunca. Juntos, seremos los más fuertes titanes. Canta. ¡Canta conmigo! Somos dos hermanos bailando al son de la noche. Juntos, somos tan simples como puros.

¿Para qué contar lo que él sentía cuando abría el baúl, cuando lo sacaba y cuando se ajustaba sus brazos en torno a él. No había besado a muchas mujeres, pero sí a las suficientes como para darse cuenta de que todo lo que sentía tocando su viejo acordeón era más, muchísimo más que lo que notaba acariciando cuerpos desconocidos. Pruebas a jugar con barro, y cuando vuelves a la plastilina, te das cuenta de que enguarrarte es lo que realmente quieres hacer.

Y Kavi lo que quería era jugar con aquel bicho, su bicho, durante horas y horas y horas; que se le olvidara su nombre, su sino. Subir más allá del bien y del mal. Jugar a ser duendes, caballos alados, y volar más allá de los acantilados que escarpaban su tierra de nadie. Ser viento, lluvia, mar y aire.

1 comentario:

  1. jo, pues por muy genial que sea un gigante rojo, yo a veces extrañaría la hilera de dientes de alguien junto a mí. ¿o los acordeones también saben sonreír?


    pd: te regalo un pececito,
    pero tienes que cuidarlo bien,
    ¿eh?

    ResponderEliminar