viernes, 31 de diciembre de 2010

De pequeña tenía una melena larga, larga

De pequeña tenía una melena larga, larga, ondulada hacia el final. Cada poco tiempo su madre intentaba convencerla de que se la cortase, pero Paula no quería, porque decía que sino perdería su fuerza. Y, total, qué más daba. Estaba preciosa, y el pelo largo no molestaba a nadie.

En una ocasión, cuando tenía diez años, le preguntó a un niño si quería bailar con ella. Él, colorado, se rió, le dijo que no y se fue corriendo. Fue la primera vez que le hicieron sentir esa insatisfacción. Y llegó a su habitación, cogió las tijeras, y sin pensarlo, se desahogó con su pelo.

Su mamá se enfadó un montón con ella, pero no sirvió de nada. Cada vez que algo le hacía sentir de esa manera, agarraba las tijeras. Lo peor fue cuando le cortó el pelo a su tigre grandote, un peluche precioso con el pelo largo. Pensó que también a él le crecería otra vez. Su mamá volvió a enfadarse con ella. Tampoco sirvió de nada, porque aunque lloró mucho cuando se dio cuenta de que el tigre se iba a quedar calvo para siempre, siguió recurriendo a las tijeras para sentirse mejor.

Por eso tenía el pelo tan corto. Por eso se disparaba en su coronilla. Por eso el flequillo nunca tapaba sus ojos. Y también por eso llevaba años sin poder hacerse una coleta. Porque por mucho que ella se sonrojase, se limpiase todos los días los zapatos o no olvidara lavarse la cara antes de salir a la calle, por si las casualidades más casuales los cruzaban, por mucho que ella sonriese bonito a la luz de la luna, los niños seguían mirando a través de su cuerpecito de cristal. Cada vez que eso le pasaba, llegaba a casa con los ojos empañados y desenfundaba las tijeras.

¡Cuánto tardó en aprender que cortar pelos entre lagrimones no despejaba su corazón de brumas!

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