miércoles, 1 de junio de 2011

Jin despertó con la cabeza girando.

Recordaba borrosa la noche anterior. Recordaba la música, el olor a gente, las copas. Recordaba estar bailando. Y recordó su cuerpo. Un cuerpo prácticamente desconocido. Cómo se acercó a ella, cómo sintió la atracción desde el primer momento, cómo el alcohol nubló su humanidad y su instinto tomó el control. Al principio era muy sutil, apenas se notaba desde fuera. Pero a cada momento la burbuja en torno a su cuerpo y el de ella misma se volvía más compacta. La timidez perdió bajo el yugo de su pasión animal.

Recordó ver su boca acercarse a ella, y que el lobo que dormía en su pecho aulló de júbilo, y que la besó, y que sintió aquel beso tanto, tanto, tanto… que le recordó a su chica negra. Pero no era momento de llantos. Los animales disfrutan más que nosotros, porque no viven tanto de los recuerdos. Y aquella noche Jin era un animal.

Los besos jugaban a colarse entre canción y canción. Se estremeció en la cama recordando un beso concreto. Se iban acercando más, más, más. Sus cuerpos se adhirieron, como hojas de papel mojadas, y se abandonaron la una a la otra. Bailar se estaba quedando corto, y besarse no calmaba aquella sed de fuego.

Salieron a trompicones de aquel local (ni recordaba cuál era). La pared del exterior fue la primera víctima de sus vientos huracanados. La chica la acorraló contra ella, y sorbió un poquito de su alma con uno de esos besos del diablo. Pero no se detuvieron ahí. Corrieron a un callejón. Corrieron.

Recordó unas palabras… Asintió complaciente, y se dejó llevar. Iban de la mano, pero no por el cariño, sino por la prisa. Para evitar perder el contacto, y enfriarse. Pero, ¡dios mío!, el frío podía estar en cualquier parte menos a su alrededor. Solo de mirarlas…

Llegaron a un portal, y azuzada por la noche, la llave entró al instante. Las escaleras acuciaron al lobito, mostrando con los escalones más de lo que la altura al mismo nivel habían dejado ver. Lanzó un bocado al aire, la detuvo y la besó con hambre de sexo. Ella sonrió de lado, mostrando los colmillos.

De aquella casa, solo recuerda una entrada oscura y un colchón en el suelo. Recuerda que los besos y las caricias se revolvieron y se apaciguaron en el pasillo. Recuerda que se exploraron contra una pared, y chocaron contra la otra cuando se encontraron. Recuerda entrar en una habitación llena de luz de luna, y que escuchó una risita que volvió loco al lobo, que de nuevo ganó terreno. No se la había comido de milagro. La cogió por detrás y se dejó caer con ella sobre el colchón del suelo.

Solo estaba recordando, ¡y cómo se estaba poniendo!
Su cuerpo se había quedado impregnado en su piel, y su olor inundaba la cama, incluso después de haberse ido de allí al acabar con ella, cuando el lobo se dio por satisfecho. Sus curvas la habían perdido más que cualquier otra cosa de la noche. El alcohol fue solo el desencadenante. Sus formas la causa y consecuencia.

Cerró los ojos, y se abandonó al recuerdo, esta vez para vivirlo con ella misma. De postre, una de amor solo, con hielo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario