martes, 14 de junio de 2011

Ton era un chaval tranquilo.

Soñaba en silencio. Aunque sus ojos refulgían magia y pasión, se lo guardaba para sus vuelos solitarios.
Nunca pedía permiso a nadie para hacer lo que gustaba, porque no consderaba sus asuntos de la incumbencia de otros. No avisaba cuando se iba, ni cuando volvía.
Estaba en equilibrio con su animal interior, porque seguía siempre su instinto. Y esa era una de las cosas más guays que emanaba. Por eso tenía un montón de amigos. Gente que se sentía atraída por el niño pajarito. ¡Y eso que no enseñaba nunca sus alas a nadie! Esa era otra de las cosas guays; que todos sabían que ocultaba algo. Y ya se sabe que el misterio llama más que ninguna otra cosa.
Caía bien, con su sonrisa alicatada y su inquietud constante. Pero era difícil acercarse mucho a él: volaba entre nubes, donde no todo el mundo alcanzaba. Aunque desde abajo se veía, y todos lo saludaban, como cuando los niños hacen señales a los aviones.
Era un romántico. Hacía lo que sentía, sentía todo lo que hacía, y vivía siguiendo el curso de sus movimientos. Creía más en él que en nadie, y se disfrutaba de una manera totalmente propia, absoluta y entregada. No hacía nada que no quisiera. No daba nada por nadie. Seguía el rumbo de las casualidades y los vientos.
Excepto si se enamoraba. Ahí sí que se perdía en sus sentimientos. Nunca confesaba su amor, porque temía dejar de sentirlo. Y si había un sentimiento al que estaba enganchado, era a ese. Así que se lo callaba, se lo guardaba para sus soledades. Y de sonrisas afuera, mostraba sólo un brillo resplandeciente en su mirada de niño pajarito.

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