miércoles, 17 de noviembre de 2010

La Sílfide de las tres caras

Una noche conocí a la Sílfide de las tres caras. Era hermosa, como la que más, y además era totalmente consciente de ello. Su mirada reflejaba una enorme fuerza dominante y seguridad en sí misma. Y sus palabras tenían tal peso que por muy descabellado que semejara lo que dijera, lo mostraba como la consecuencia de la lógica más pura y racional.

Se rodeaba de espíritus que reforzaban su seguridad, y que le daban fuerza. Además, sus pasos y ademanes transmitían total conciencia de sus actos. Sus movimientos tenían un aire felino que inspiraba firmas a la elegancia. Su rostro, expresivo, empapaba en miedo, calma y, a veces, alegría.

Os la puedo mostrar desde fuera, tal y como yo la conocí y del modo que cualquiera que se esforzara podría hacer.

Pero creo que yo llegué un poco más allá de la superficie. Bajo esa cara de monstruo del encanto y la seducción se encontraba una de las más enigmáticas hadas que conocí. No tenía la alegría natural de la Ninfa, ni la maldad innata del Hada (por mucho que tratara de demostrar). Tampoco desbordaba la imaginación y el arte ilusorio del Oso, ni la suerte vagabunda y casual del Duende, ... Era un ser totalmente distinto. Tenía un poco de alma de anciana cuentacuentos, con esa pasión por hablar de sus experiencias. De hecho, una vez se arrancaba a hablar, era difícil pararla.

Muestra a primera impresión su peor parte, porque enseña los dientes a los desconocidos. Es fácil irritarla, y en general tienes que medir tus miradas y volver roma la punta de tus palabras.
Atrévete a hacerle daño a alguno de los suyos. Sus ojos brotan chispas y su furia brutal es imparable. No la tientes, porque tiende a arrancar cabezas.

Pero una vez entras en su terreno, y te abre su barrera de protección, podrás ver que guarda su corazón en un jardín de luz y color. Su risa contagia, y sus bufidos de gato perezoso dan ganas de jugar. Eso sí, repito una vez más, cuesta mucho entrar en su terreno. Y el camino que lleva a su casa es desconcertante. Incluso una vez dentro, puedes no saber bien cómo actuar. Y si te dejas llevar por el instinto, tienes la posibilidad de meter la pata. Así que nunca se sabe. No intentes interpretarla, porque no es posible. Sólo sirve mostrar tus buenas intenciones y, quizás, enseñar tu mejor mirada en son de paz.

Lo que sí que es difícil es verla triste. Tiene tendencia a comerse su debilidad. Y cuando está mal, quiere que sepas qué hacer, y (se ha perdido parte del manuscrito original sobre el modo de actuación). No quiere esperar a estar mal para explicar el por qué. Es por eso que te lo contará un día cualquiera. Para que llegado el momento sepas lo que hay.

Y así es la Sílfide de las tres caras. Un atajo de sentimientos canallas atados a un fajo de cariño acumulado. Un gato-chimpancé que rebosa una clase rara de amor propio que se tambalea como un taburete sin una pata. Uno de los bichos que más de cerca he observado nunca y que menos he llegado a comprender.

¡susto, suerte, muerte!

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