domingo, 28 de noviembre de 2010

Mi sol, mi vida, mi bien, mi cielo.

-Mi sol, mi vida, mi bien, mi cielo -susurró en su oído.
-¡Qué derroche de amor! -sonrió ella. Sus dientes blancos contagiaron el brillo de sus ojos. Aquellas manos dibujaron la silueta de su cuerpo sobre la sábana. La luz de la luna pintaba el deseo en esa boca.
-¡Qué derroche de noche! -contestó, rindiéndose a su estrechez. Se echó a un lado de la cama, y cerró los ojos.
-Por el amor de Dios... -murmuró por lo bajo. Su sonrisa de luz mantuvo en su sitio la expectación de la chica.
-¿Se puede domar el instinto? -preguntó, de pronto.
-Sólo con las correas de la razón. Y créeme, no vale la pena.
Sus bocas se buscaron mientras sus manos encontraron la humedad de sus cuerpos desnudos. Fue todo tan suave que de vez en cuando sentían un estremecimiento en el cuerpo de la otra. Mantuvieron los besos hasta el último instante, como recogidos de un pedestal de sueños. Las caricias parecían querer exprimir de amor la piel y llenarlo todo de dulzura.
Y cuando alcanzó su sexo con los dedos, el mundo voló fuera de su alcance. Eran una burbuja que no admitía intrusos. Eran la flor que el cerezo aún no ha mostrado. Eran agua, fuego, tierra y aire.

No hay comentarios:

Publicar un comentario