miércoles, 13 de abril de 2011

Escuchó sonar un acordeón.

Escuché sonar un acordeón. Se subió a su martilleo, inspiró de su aroma a mar y, para cuando se dio cuenta, se encontraba volando. Su cuerpo se mecía al son del vals encabritado, y su mente surcaba tempestades al compás. De pronto, era un barquito de cáscara de nuez, y la luna le cantó, para acompañar aquella noche perra y para dejar un poquito menos solo a aquel acordeón abandonado al sueño.

¡Pero no! Jamás se quedaba solo el acordeón. Retomó el rumbo, y en una escala menor viró ría adentro, quizás buscando el dulce abrazo de mar y río, Surcaba las aguas tranquilas, pero constantes, y se emocionó su luna entre corrientes de agua dulce y salada. La pasión de los besos del mar conducía en remolinos la calma del río y su inocencia. Entre lagrimones de sueño, se acercó a una orilla, mientras oía el susurro en su oído de una nana y un beso de buenas noches.

El gitanillo volvió a la realidad, a su balconcillo en el callejón estrecho de piedra. Se desató al acordeón con cuidado, y lo llevó con ternura, dormidito como estaba. Desde los tejados, los gatos movían sus colas, aplaudiendo el concierto. Y la luna, su hermana del cielo, bostezó una última vez antes de arroparse en una nube.

1 comentario:

  1. Que música más preciosa debe salir de sus dedos.


    Una bolsita llena de sugus de limón.

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