domingo, 17 de abril de 2011

La magia brotaba de sus sonrisas de porcelana.

Tenía ademanes delicados como florecillas, y su mirada volaba de nube en nube, de la mano de sus sueños de madera de roble. Paula era una niña estupenda, porque sabía sacar sonrisas hasta de las personas más picajosas, como quien rebaña con la cuchara en el tarro acabado de nocilla. Nunca jamás en toda su vida había fallado en eso, era capaz de hacerse amiga hasta de una hormiga.
Era una niña sibarita. Seleccionaba personas bonitas. No se había sentido jamás parte de un grupo, pero tampoco tenía ganas de estar atada a algo tan complejo. Los amigos sueltos son una opción mejor. Cuando quieras, lo que quieras. No se cansaba de repetir eso. Porque aunque ella no estuviera ahí siempre, tanto en los momentos buenos como en los malos, sí que es cierto que cuando alguien la necesitaba ya podían venir viento y marea en su contra, que allá iba ella.
Y podía parecer una niña solitaria. Siempre sola. Paseando, mirando al cielo, saltando por doquier, de sueño en sueño. Pero lo cierto es que de vez en cuando hacía acto de presencia. Una madrugada de sorpresa, una noche de insomnio, una tarde de las de tirarse en la hierba y hablar, hablar, hablar. Paula era una niña de personas bonitas, de tardes selectas.
Pero esta vez se sentía cansada. No tenía ni ganas de seguir intentándolo. No le apetecía ni luchar apenas un poquito. Si la querían, que la buscaran. Era fácil encontrarla. En su palacio de piedra, entre árboles y trozos de personalidad. Allá, donde los pájaros cantan durante todo el día y los murciélagos se bañan junto a ella y sus cuentos por la noche.

1 comentario:

  1. Aunque estemos siempre para los demás, a veces tenemos ganas de que los demás estén para nosotros.


    Una bolsita llena de sugus de todos los sabores.

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