domingo, 11 de diciembre de 2011

Los domingos son como sándwiches sin queso


"Los domingos son como sándwiches sin queso.
A veces los notas tan vacíos, y a veces necesarios, como si te hubieras saturado de un sabor de sobra conocido. A veces no puedes evitar dejarte comer por el hambre de su carencia. Y otras te explotan.
¿Qué te voy a contar yo sobre los sándwiches?
A ti, que aprendiste a hacerlos a los 6 años. Qué rápido vives… Se te escapa el tiempo entre los dedos.
Temes llegar a convertirte en una mujer mayor, sola, rodeada de gatos. Adorable, a la que todo el mundo quiera, pero tan sola como siempre. Los gatos no suplirán el hambre de besos y caricias. Lo sabes, y te duele.
Todos tenemos miedo a hacernos viejos, pero más miedo aún tenemos a quedarnos solos. A la oscuridad. No por lo que la oscuridad supone en sí misma, sino por lo que nos hace sentir a nosotros."


La maestra de mi antigua escuela era una mujer de pelo largo, castaño. Le abrazaba la cintura aquella melena de caballo. Daba clase a los niños de 8 a 10 años. Les enseñaba a dividir y a multiplicar por dos cifras. Les mostraba las maravillas de la vida, porque iba con ellos de excursión al campo, y hablaban de bichitos. Ella sabía montones de historias, y su voz atrapaba y te conducía a la fantasía más fantástica del mundo.

Mi antigua maestra era especialista en calores. Ella hablaba siempre de los calores de la tierra, y decía que eran dos, su fuego interior y la luna. Cada vez que un volcán entraba en erupción, decía que era que la tierra se había enamorado. Cada vez que las olas se elevaban desmesuradamente, decía que la luna le había robado un amor. Sus dos calores, su fuego y su luna. Ninguno lo entendíamos, cuando nos lo contaba, pero a todos nos hacía estremecer. Y es que la importancia de los sentimientos no descansa en su comprensión, sino en su capacidad de sumergirnos en su magia incandescente.

Mi antigua maestra tenía un novio que de vez en cuando la iba a buscar a la escuela. Cada vez que le preguntábamos por su novio, ella reía y nos decía que no era su novio, sino su amigo. Un día un niño le preguntó la diferencia, y ella nos confesó un secreto, los novios nunca duraban para siempre, pero los amigos de verdad sí. Otro niño le preguntó si se daban besos y hacían cosas de esas, y ella nos contó otro secreto, ella prefería los abrazos a los besos. Pero eso no es ningún secreto, porque a mí también me pasa.

Un lunes, al llegar a clase, nos preguntó qué habíamos hecho el fin de semana, que qué tal lo habíamos pasado. Todos los niños contaron que había ido a por castañas con sus papás. Todos menos yo. Pero yo también dije que había ido, porque me daba vergüenza decir que mi papá se había olvidado de despertar aquel domingo. En el recreo, fui a contárselo a mi maestra, porque me sentía responsable por mi mentira.
-Los domingos son como los sándwiches sin queso. A veces notas que les falta algo, otras no puedes comerlos porque no saben en absoluto a sándwich, y las demás es que te saturas de ese sabor de sobra conocido.
-A mí me gustan los sándwiches con queso.
-Y a un sándwich de jamón serrano, ¿le metes queso?
-No…
-Claro, porque hay veces que te apetece y otras que no. Hay veces que los papás se olvidan de ponerle queso al sándwich.
-Ya…
-Pues los domingos son como esos sándwiches. Seguro que tu papá tuvo uno de esos domingos en los que no podía comerse el sándwich porque sin queso no sabía a nada. En esos casos, es mejor dejar pasar el día, y prepararte para la semana siguiente sonreír con más fuerza que nunca, y levantarte con ganas de todo.

Desde entonces, cuando un domingo me hago un sándwich, me olvido de echarle queso. No sé si a propósito o sin querer. El hecho es que cada domingo sabe distinto, y sepa bien o mal me sabe tan único que lo disfruto mucho más. Me gusta pasear los domingos a la mañana. La gente se olvida siempre de echar queso al sándwich, y cada casa huele distinta.

Mi antigua maestra era la persona más abrazable del mundo. Ella me enseñó a apreciar cada trozo de vida por lo que ese trozo es. Y me ayudó a entender que las diferencias son hermosas precisamente por los matices que pintan. Mi papá no supo comprender que los sándwiches sin queso solo son para los domingos, y se privó para siempre de ese placer… y desde entonces, vaga escondido en una voluta de humo de volcán, tratando de alcanzar el calor de la luna a través del calor de la tierra.

Mi papá se durmió para siempre con la tristeza de quien quiere un sándwich de queso y se despierta en domingo.

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