miércoles, 19 de enero de 2011

Entonces, pasó un niño corriendo (II)

(así empezó esto)

»Entonces, pasó un niño corriendo. Y al pasar bajo el árbol una lágrima le mojó la cocorota, y el niño miró hacia arriba. Y allí la vio. Tan triste, flaca, sola y perdida. Y un poquito más inalcanzable.
“¿Te ayudo a bajar?”
“¡Sí, por favor!”
»Y le ayudó a bajar, quién sabe cómo. Quizás le prestó un poquito de su habilidad de escalador. Porque aquel niño era algo ardilla. Y cuando bajaron, el niño le regaló una sonrisa grande, grande de veras. Y la niña sintió de pronto una cosa calentita en el pecho. Tosió de la sorpresa.
“¿Quieres venir a ver a mi abuelo? Él vive aquí cerca, y así te podrás secar”
“Oh. Vale”
»Por el camino él habló sin parar. Le contó un montón de cosas que había hecho, ¡y todas le parecían tan divertidas a la niña! Pensar que no había hecho ninguna… Una sombra le cruzó el rostro.
“¿Qué fue eso?”
“Jo, es que yo nunca he comido tantos melocotones que la tripa se me durmiera, ni he ido a lanzarme contra las olas, ni le he cantado una nana a ningún búho…”
“Seguro que tampoco te has decidido a hacerlo”
“Ya…”
“¡Ahora que estás mojada, podemos ir a jugar con los charcos!”
“Oh”
Y no esperó. La cogió de la mano y se la llevó corriendo. Y por cada charco que pasaban saltaba con fuerza, con los dos pies, salpicándose tanto que al pasar la tarde hasta su corazón chorreaba agua. Pero era extraño, porque el calo del pecho cada vez era más grande. Y le daba más tos.
“Ahora sí, vamos a secarnos a casa de mi abuelo”
Y llegaron a casa del hombre, donde éste recibió al chiquillo con un abrazo.
-¿De oso? –preguntó Jal.
-No, no; de tigre –sonrió su hermano.
-¡Uala! ¡De tigre!
-Y entonces el abuelo se fijó en la niña, y su mirada se perdió. Cuando regresó, el niño le tiraba de una manga, y le preguntaba algo.
“En la cocina”, le dijo, y el niño se fue corriendo. La niña tosió, y la mirada del hombre se volvió hacia ella.
“¿Tienes frío?”
“No, no. Es que me pica el pecho”
“Hum”, murmuró. “Será porque te has mojado”
Se encogió de hombros, y se miró los pies calados. Después de un rato, volvió el niño corriendo con dos bocadillos de... –Kavi lo dejó en el aire.
-¡De chocolate!
-¡Jo, los favoritos de la niña! ¡Has acertado!
»Y de nuevo volvió ella a sentir el calor en el pecho. Después de merendar, se secó los pies y se sentaron junto a la chimenea para no constiparse. Y cuando se hacía de noche, volvieron a casa.
»Y desde entonces, cada día los dos niños iban a jugar juntos. Y ella cada vez sentía que el calor del pecho le daba más y más tos. Hasta que cayó enferma, y el niño se puso muy triste.
“No, por favor”, rogó ella.
“¿Qué te pasa?”, él no comprendía.
“Si te pones triste, me entra viento por dentro, y se me quitan las ganas de cantar”
“¿Pero se te pasa la tos?”
“Un poquito”, confesó ella, bajando la voz.
Y eso lo entristeció más. Y a ella se le fue más la tos. Mil médicos trataron de acertar a decir la enfermedad que tenía. Le dieron cientos de jarabes, remedios, ¡hasta conjuros! Pero nada, porque lo único que la curaba era ver al niño triste. Y eso, aunque no lo supiera, la consumía por dentro.
»Y entonces, un día, fue a verla el abuelo del niño. La saludó con un beso en la cabeza, y al ver que ella tosía sonrió de un modo extraño. Empezó a sacar herramientas de un bolso, y entre muchos aparatos sacó un reloj, y lo desmontó.
“¿Qué hace?”
“Curarte”
Se encogió de hombros. Había muchas cosas que no entendía. Pero era el niño quien hacía siempre las preguntas.
“¿Qué vas a hacer, abuelo?”
“Lo único que se puede hacer. Has nacido con un corazón de piedra, que no admite alegría. Cuando sientes felicidad, te entra un picor que te da tos, porque la piedra con el calor rasca. Soy relojero, así que voy a cambiarte el corazón por un reloj”
Le entró un miedo muy grande, y enmudeció.
“Pero, ¿de qué es el reloj?”
“De viento, nube y arena”
“¿Y eso al ayudará?”
“Las sonrisas vuelan, las lágrimas mojan y el amor arde”, contestó, dando todo por sentado.
A la niña, poco acostumbrada a los sentimientos, le volvió a entrar tos. Pero, era cierto, su corazón era de piedra, así que se encogió de hombros.
»Al día siguiente, se despertó distinta. A su lado, su mamá sonreía. Le entró calor por dentro, y le devolvió la sonrisa. A su mamá le cayeron dos lágrimas, pero ella no supo que eran lágrimas de felicidad. De pronto, no era feúcha, sino que era preciosa. Yo no estaba sola. Incluso su flaqueza era bonita. El niño fue a buscarla. Y juntos fueron a jugar a volar con murciélagos. Y su risa cantarina enamoró al niño aquel que tiempo atrás la rescató de aquel alto árbol de tristeza.

Jal, acurrucado sobre su hermano, sonreía. Sus ojos estaban cerrados, y su pecho subía y bajaba acompasadamente. Respiraba tranquilo. Kavi apagó la lámpara, y se tapó bien con las mantas. Las gotas repicaban sobre el techo, y un gato maulló en la calle. La luna llena brillaba en la ventana.

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